A 293 m de altitud, con una población de 1.132 habitantes -557 mujeres y 575 hombres- (INE, padrón municipal a 1-I-2023) y un término municipal de 48 km2, limita al norte con Enguera, al este con l’Alcúdia de Crespins y Canals, al sur con Aielo de Malferit y al oeste con Vallada, que perteneció al término de Montesa hasta septiembre de 1547, cuando el último maestre de la Orden, frey Pere Lluís Galcerán de Borja, le concedió la segregación.
El Ayuntamiento está integrado por cinco concejalas y cuatro concejales, el alcalde (desde el 17/06/2023) es Héctor Barberà Cerdà -acuerdo de gobierno Compromís / PSOE-.
El valle, de forma alargada, se encuentra entre los sistemas Ibérico -sierra Plana o de Enguera- y el Prebético, donde se eleva la sierra Grossa; lo cruza el río Cànyoles o Montesa, situado a sus pies.
Desde el punto de vista económico, Montesa continúa dependiendo de la agricultura, hecho que la distingue del resto de pueblos vecinos. La falta de agua -los primeros pozos para el riego datan de los años cincuenta-, junto a probablemente, el fuerte caciquismo ejercido por los gobernantes del pueblo hasta la transición democrática, han hecho que Montesa continúe basando su modus vivendi en el sector primario. Los jóvenes que en la actualidad no desean estar atados a las tareas del campo, deben buscar su trabajo en las fábricas de Vallada o Canals. Las pocas fábricas situadas en el término de Montesa, de muebles de mimbre, son de origen foráneo y tan solo dan trabajo a cerca de setenta personas.
Los cultivos, sobre todo a partir del hallazgo de nuevos pozos en los años setenta, han sufrido una transformación radical. Las tradicionales viñas, olivos y algarrobos han ido sustituyéndose por árboles frutales y cada vez más por cítricos, que vienen a sustituir las plantaciones de fresón, cultivo que tuvo un gran desarrollo en el término en los años setenta-ochenta.
El casco urbano se encuentra edificado sobre la pendiente que sube hacia el castillo, adaptándose las calles, estrechas y empinadas, a las curvas de nivel. La más larga se divide en dos, la de Sant Vicent, donde hasta finales del siglo XIX aún había una puerta y la de la Mare de Déu del Carme, que cruza el barrio conocido popularmente con el nombre de ravalet. Otras calles, perpendiculares a la Sant Vicent, articulan el casco antiguo de Montesa, -calle Santa Bàrbara, calle del Mig, calle Sant Josep, calle Sant Antoni y calle Sant Francesc-. En la plaza de la vila se sitúan los edificios más importantes de Montesa: la Casa de la Vila, la iglesia de l’Assumpció y la Casa Abadía, mientras que en el barrio de la vila, con un trazado más irregular, se sitúan las calles Pujada del Castell, Sant Sebastià, Santa Anna, Rosari y Ànimes.
Dentro del proceso continuo de ir situándose más hacia al valle, durante el siglo XX se construyó la parte moderna de Montesa. Este núcleo lo forman una serie de calles que convergen en el antiguo camino de la estación -hoy avenida de Silverio Perfecto Sanz Navarro-, donde van a morir las calles de Hermenegildo Monleón, Dr. Villa Pedroso, Assumpció Perales, Mestre Serrano, Doctor Fleming, entre otras.
Montesa cuenta con vestigios de ocupación humana desde la prehistoria, pasando después por los distintos periodos históricos hasta el día de hoy. La mayoría de restos arqueológicos se ha encontrado de forma casual. Uno de los más significativos fue el hallazgo, hacia 1979, de una lápida romana con la inscripción CLODIA PERPETUA.
A partir de finales del siglo XX y en particular tras la declaración previa del entorno de protección del castillo de Montesa en 1999, se realizaron algunas prospecciones y excavaciones en el casco urbano, que localizaron una necrópolis islámica en la plaza de la Casa de la Cultura, diversas tumbas de época bajomedieval en la plaça de la Vila y parte del antiguo fossar en la calle Santa Bàrbara, frente a la puerta lateral de la iglesia.
Respecto de la Montesa islámica y su castillo, tal vez la referencia más antigua es la recogida a finales del siglo XVIII por el arzobispo Fabián y Fuero, cuyo texto dice así:
“A el castillo de Montesa se retiró por los años de novecientos y treinta el moro Isaco Ben Abraham Ben Sakhr Alocayli, consejero del rey Mahomet, porque temía el poder de su contrario Ben Aphsuni que le perseguía; el mismo Isaco havia fortalecido el castillo y en tiempo de el rey Abdrahmano tercero de este nombre fue llamado a Córdova, en donde murió por los años novecientos treinta y cinco”.
Después, el arabista Pierre Guichard cita el hisn o castillo de Montesa a partir del texto árabe Hullat al-Siyara del geógrafo del siglo XIII Ibn al Abbar.
Más adelante, el caíd del castillo de Xàtiva Abû Bakr Banu Isá hubo de negociar con el rey Jaime I la entrega del castillo de aquella ciudad. En compensación, el rey le ofreció los castillos de Montesa y Vallada, por lo que a finales de enero de 1248, el caíd y su familia se trasladaron a Montesa, donde permanecieron hasta septiembre de 1277, cuando la villa y su castillo fueron conquistados por Pere el Gran.
En 1288 se promulgó una carta puebla para repoblar la zona con musulmanes “universis sarracenis de Muntesia […] quod vos veniatis et populemini in loco predicto de Muntesia”, pero, por circunstancias que desconocemos, el proyecto acabó en fracaso. La carta puebla definitiva, promulgada por Alfons I de Valencia para 120 familias de cristianos procedentes de Catalunya, Aragón, Navarra y el sur de Francia –entre otras partes–, se firmó el 16 de octubre de 1289.
Pergamino, posiblemente original, de la carta puebla. Arxiu de la Diputació de València.
Tres años más tarde, con la finalidad –suponemos– de consolidar la repoblación de la zona, Jaime II concedió a Montesa la facultad de poder celebrar mercado todos los lunes.
Sin embargo, poco duraría su condición de realengo, pues en 1319 el mismo rey, al crear la Orden de Santa María de Montesa, la cedió a la nueva orden con la finalidad de que en el castillo de la villa se construyese el sacro convento, donde, en efecto, residieron los religiosos y algunos caballeros hasta la ruina del edificio por los terremotos del siglo XVIII.
Durante la Edad Media el casco urbano de Montesa tal vez no llegase a sobrepasar la actual calle Sant Roc, pues la línea de edificios que configuran la actual Casa Abadía y la casa nº 2 de la calle Sant Miquel –con ventanas renacentistas decoradas en yeso– denotan una cronología de la primera mitad del siglo XVI. Contaría entonces con una iglesia parroquial de arcos diafragma y cubierta de madera, que fue prácticamente destruida por un incendio en 1479. Tres años más tarde, según había dispuesto en su testamento frey Lluís Despuig, maestre de la Orden de Montesa, se encargó un retablo para el templo parroquial, tal vez reedificado ya, para el cual buscaron los servicios del famoso pintor italiano Paolo de San Leocadio, el mismo que poco antes había pintado los ángeles músicos del presbiterio de la catedral de Valencia. Algo después, en 1490, se consiguieron indulgencias para ayudar a sufragar la construcción de una capilla y un retablo bajo la advocación de la Virgen del Rosario, pues los que tuvo antes la iglesia habían sido destruidos por el incendio. El templo debió tener una orientación este-oeste, con el altar mayor hacia el este, entrada lateral y cementerio o fossar junto a la cabecera, lo que explica el hallazgo, en 2001, de una fosa con un esqueleto humano, del siglo XIV, en la actual Plaça de la Vila, frente a la puerta principal de la actual iglesia.
El siglo XVI fue una etapa de crecimiento, tanto urbano como demográfico. Si en 1510 residían en la villa 92 familias, a finales de siglo, en 1584, llegaban a las 249. Los medios de producción, como lo habían sido siempre, continuaban basados en la tierra y las labores agrícolas.
El cronista Viciana, a mediados del siglo XVI, describía los términos de Montesa y la vecina Vallada –independiente de Montesa desde 1547– así:
“Son términos de muchas labranças y plantados de muchos árboles y en ellos se cogen trigos, cevadas y otros frutos, y de los árboles más de quatro mil libras de seda y quarenta cinco mil arrobas de azeite, y cient cincuenta mil arrovas de garrovas, y mucha grana por los montes, y miel y cera, mucha y muy buena, por tener buenos pastos de flores para las abejas”.
El crecimiento demográfico del siglo XVI lo sería también económico, pues contamos con testimonios de cierta bonanza. Entre 1584 y 1589 se llevaron a cabo importantes obras para ampliar la iglesia parroquial y probablemente fue en ese momento cuando se construyó la actual torre campanario. Además se levantaron dos ermitas –Sant Sebastià i la Santa Creu–, se construyó la actual Casa Abadía (hubo, no obstante, una anterior, que consta cuando el incendio de la iglesia de 1479) y se dotaron aquellos espacios de culto con importantes elementos: los retablos de Sant Sebastià y les Ànimes, hoy conservados, y un órgano que en 1596 ejecutó el organero Agustí Comalada.
Poco más tarde, a principios del XVII, se edificaba la actual Casa de la Vila, al tiempo que un orfebre, en 1605, dotaba de maza de ceremonial el Consell local.
El paisaje del siglo XVII sería prácticamente el mismo. Según el cronista Gaspar Escolano:
“Su vega y campo, que se extiende hasta la ribera del río Setabis o Xàtiva, rinde en abundancia, fuera de los panes, azeyte, seda, algarrovas, grana y miel”.
No obstante, con el siglo, empezó la regresión demográfica y, supuestamente, también económica: de 219 familias recogidas en los listados del impuesto del morabatí de 1601 se pasó a 170 en 1638, y 108 en 1644, probablemente debido a los brotes de peste que afectaron la zona en la época y a la coyuntura general de crisis económica. Solo a partir del último tercio del siglo XVII podemos hablar de cierta recuperación demográfica y, suponemos, también económica: es el momento justo, durante los años 1693-1702, en que se construyó la actual iglesia parroquial.
Los primeros años del siglo XVIII, tanto Montesa como otras localidades valencianas sufrieron los efectos de la guerra de Sucesión. A finales de marzo de 1706, una tropa borbónica dirigida por el mariscal Mahoni se instaló en el castillo-convento, pues debido a su situación estratégica convenía tenerlo bajo control.
Poco después se hizo cargo del castillo, con unos sesenta hombres, el capitán irlandés Guillermo de Omara. Tras varios ataques de las tropas austracistas, los vecinos resistieron por un tiempo en el mismo pueblo, hasta que los ataques les obligaron a refugiarse en el recinto amurallado del castillo, donde permanecieron hasta la primavera de 1707. Durante el año que duró el sitio se llegaron a consumir los alimentos almacenados por los religiosos en la fortaleza, hasta que, según el cronista Miñana, “llegó el caso de la anbre, y a este el de comer todos de las sabandijas y animales ynmundos”.
Finalizada la guerra, Montesa, como la mayor parte del Reino de Valencia, quedó bajo control del ejército. En consecuencia, en 1708 fue nombrado gobernador militar de la villa el capitán Guillermo de Omara, que también fue recompensado con un hábito de caballero de la Orden y con los oficios de subclavero y subcomendador, quedando bajo sus órdenes un destacamento de soldados que situó sus cuarteles a la entrada del castillo.
Por su parte, la villa, a través del Ayuntamiento y en compensación por sus servicios durante la guerra, solicitó al rey diversas veces la condonación de algunos impuestos y la concesión de algunos privilegios de tipo honorífico. Aunque algunas solicitudes continuaban latentes todavía en 1716, la única compensación que se obtuvo fue la de dar nombre (y solo eso) a una de las gobernaciones en las que quedó dividido el Reino de Valencia, aunque tal vez en ello tuvo más peso la orden militar que la propia villa.
Unos años más tarde, el 23 de marzo de 1748 –con fuerte réplica el 2 de abril–, Montesa sufrió los efectos de los terremotos. Según la escala de Mercalli, su intensidad fue de IX-X grados, cosa que permite calificarlos como “destructivos” o “completamente destructivos”, situándose su epicentro, según autores, en Montesa o en la población cercana de Estubeny. Las fuentes insisten en la destrucción de la población y de su castillo, aunque tal vez habría que matizar al respecto, pues algunos edificios tales como la Casa Abadía, la Casa de la Vila –ayuntamiento–, y la iglesia parroquial, donde al parecer se derrumbó algún tramo de la bóveda, no parece que se hundiesen en su totalidad y fueron reparados más tarde. En el castillo-convento fallecieron por efectos del terremoto –o poco después– un total de 16 religiosos entre profesos, novicios y freiles legos o barbudos. Otros recuentos que añaden el personal que no pertenecía a la Orden incluyen seis víctimas más: el criado del prior Lorenzo Company; Luis Taengua –o Tagüenga–, organista interino; Juan Gaya “de nación francés”, cocinero; Joaquín Perales, criado del rector de Vallada; Luis Soriano, jornalero hallado en el convento y Francisco Tormo, albañil vecino de Ontinyent que pereció el dos de abril; en total 22 muertos, a los que cabría añadir los fallecidos en la villa de Montesa, que según las crónicas fueron cuatro: un hombre, una mujer y dos niños.
Los vecinos de Montesa abandonaron la villa y acamparon en las cercanías de la ermita del Calvari, regresando a finales de marzo, en parte para ayudar en las tareas de desescombro del castillo-convento. La situación debió ser trágica: en la relación atribuida a Esteban Félix Carrasco consta “la gente pasmada y llena de horror, enfermos y necesitados, temiéndose una grave constelación u epidemias por lo que han padezido, mal alimentados y a la inclemencia en un tiempo tan crudo”.
A finales de siglo, el botánico Cavanilles escribió: “Baxé al pueblo, cuyos edificios decentes, anchas y bien empedradas calles, recuerdan lo que perdió en este siglo: a 200 vecinos se reduce hoy día la villa, número insuficiente para cultivar el término de dos leguas de norte a sur y de una de oriente a poniente, por lo qual queda como la mitad inculto […] Enmendados estos errores [sobre árboles y cultivos] aumentarían los frutos, sería mayor el número de vecinos y recobraría Montesa el estado antiguo que le hicieron perder las guerras y los terremotos”.
En efecto: a 702 habitantes se reducía la población en el censo de 1767 del conde de Aranda, mientras que el confeccionado por Floridablanca más tarde, en 1786, arroja un total de 808 habitantes.
A principios del siglo XIX y según un manuscrito –plagado de errores– de Sucías Aparicio, la población sufrió por “el constante entrar y salir de los soldados”, a lo que añade algunos excesos cometidos más tarde durante las guerras carlistas. El mismo texto hace constar, en mayo de 1816, el traslado del cementerio a su emplazamiento actual, junto a la ermita de San Sebastián, probablemente siguiendo las órdenes del gobierno que desde tiempos de Carlos III recomendaban su ubicación fuera de los núcleos urbanos.
En 1857 se realizó el primer padrón oficial de habitantes, arrojando una cifra entonces de 1.216. En 1910 se llegó a los 1.425, un umbral que solo se consiguió superar casi un siglo después, en 2006. A partir de entonces, la regresión demográfica ha sido casi constante, en gran parte debido a la recesión económica.
Por otra parte, el 19 de noviembre de 1858 llegó el tren a Montesa. La Estación (desgraciadamente derribada en 2012), se hizo poco después, siendo el primer Jefe de Estación Antonio Martínez.
El siglo XX fue el de las migraciones hacia Barcelona en búsqueda de trabajo, la guerra (in)civil, el caciquismo de posguerra y más adelante, con la democracia, la transformación del secano en regadío gracias a la construcción de diversos pozos de riego.
Situada a 64 kilómetros de Valencia y 13 de la ciudad de Xàtiva, Montesa cuenta con buenas comunicaciones, ya que su término lo atraviesa la A-35. Se puede venir también en tren, aunque la estación se encuentra un poco lejos del casco urbano, aproximadamente a un kilómetro de distancia.